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Una mañana como tantas José salió caminar por la ciudad para escapar del tedio o para darse por vencido y dejarse caer para siempre. Las veredas rotas y cubiertas de piedritas y mugre crujían bajo las suelas finas y gastadas de caminar y ese sonido, lo acompañaba somnolesciente por las calles grises, vacías y familiares.
Su camino perpetuamente inalterable lo llevaba por parques secos, de pasto marrón y árboles, sin hojas vagando por calles sin gente, sin más ruido que el de sus pasos y el de alguna hoja seca, bailando de la mano del viento en una danza final. Su andar lo llevaba aleatoriamente a doblar en las esquinas o cruzar calles y en cada cruce José se preguntaba si había pasado por ahí y en qué dirección habría ido antes.
Esa mañana, su deambular lo llevó a encontrarse con la muralla de una vieja fábrica, que se encontraba al borde de la ciudad. Una calle la bordeaba y José curioso por ver a donde terminaba caminó por la vereda de enfrente. El terreno debería ser enorme y la muralla se extendía por lo menos 2 km más. José vió más adelante un portón muy grande con puertas de hierro oxidadas y maltratadas por el tiempo.
Al llegar al portón se detuvo a mirar. Atrás de la muralla se veían chimeneas muy altas y construcciones complejas de tuberías y tanques con escaleras y balcones metálicos que parecían las vísceras titánicas y oxidadas de un monstruo gigante cuyos ronquidos letárgicos expedían lentas nubes de vapor a través de las altísimas chimeneas.
En ese momento se abrió una ventana en el portón y un hombre serio y arrugado asomó la cara estudiando a José que, congelado del otro lado de la vereda, se preguntaba si posiblemente había hecho algo que ofendiera a este hombre sombrío.
Estás buscando a alguien? preguntó el hombre desde su ventana.
No, sólo estoy caminando por la ciudad contestó José.
Bueno pasear está muy bien, pero si querés ganar un dinero extra, puedo ofrecerte un trabajo que es casi como pasear pero muchísimo más importante y bien pago.
Recibir dinero para pasear parecía una idea excelente.
José se acercó al portón y preguntó "bueno qué tengo que hacer?"
Una pequeña puerta de hierro se abrió al lado de la ventana en el portón y el hombre manchado con grasa y aceite de máquinas invitó a José a entrar.
Del otro lado del portón, la fábrica mostraba señales de una industria gigante y poderosa de esas que usan y rompen diariamente mecanismos complejos de acero que parecía eterno cuando nuevo, y vuelcan como residuo de su metabolismo fabril lagos de grasa negra y aceite de motores y los olvidan en sus patios para cubrirlos de máquinas oxidadas y rotas que a su vez serán cubiertas de capas de óxido y olvido.
Pequeñas calles serpenteaban entre los laberintos interminables de tuberías y tanques. Ocasionalmente una válvula dejaba salir una nube de vapor, mientras en algún lugar silbaba un gas al escapar de una tubería. Luego de un rato de moverse por ese laberinto metálico, entraron en un pequeño edificio que resultó ser solo la antesala de un galpón enorme en el que decenas de trabajadores se movían de un lado a otro llevando y trayendo cosas.
Parecían llevar una clara división del trabajo que se expresaba en su vestuario: los que vestían un guardapolvo gris acarreaban cajas y empujaban carritos cargados de cosas, mientras que otros de guardapolvo blanco solo llevaban un cuaderno y tomaban notas mirando indicadores y relojes y niveles y algunos de los de blanco escribían cosas mientras hablaban con algúno de gris.
El hombre viejo que guíaba a José vestía una tela gris muy sucia y muy vieja pero los demás le abrían paso en silencio y miraban a José con algo de reverencia a medida que se abría pasó en el galpón.
La gente dejaba lo que estaba haciendo para pararse a mirarlo.
Llegaron a una oficina de donde salieron dos hombres de blanco que los recibieron en silencio, cruzando miradas sin decir palabra.
El viejo que había acompañado a José hasta ahí lo señaló con la mano y dijo "Ingeniero, aqui le traigo al mensajero" y se apartó en silencio. Todo el galpón se vació de sonidos como si el aire hubiera perdido la capacidad de transportarlos.
Entonces habló el ingeniero: "todo lo que ves aquí dentro, lo que viste ahi fuera fue pensado, organizado y construido con el sólo fin de producir un único artefacto singular, irrreproducible y final, su importancia es absoluta".
El ingeniero aplaudió una vez con las palmas y de un rincón, apareció un hombre de blanco, seguido de varios de gris, que rodearon a José invitándolo a seguirlos a una pequeña habitación.
Una vez allí lo midieron, pesaron, tomaron sangre y datos biométricos, fotos de varios ángulos y varios estudios más, y luego de declararse diestro, dos hombres hicieron un molde de su mano derecha mientras otro tomaba medidas como lo haría un sastre.
Luego de las mediciones y estudios lo llevaron a mirar una película en una sala de conferencias que estaba vacía, excepto por un grupo de hombres de blanco parados en los costados sobre la pared y una silla en el centro de la sala. Uno de los hombres de blanco esperaba cuaderno en mano al lado de la silla. Cuando José se sentó, el hombre anotó varias cosas en su cuaderno e hizo una señal con la mano.
Las luces se apagaron y la película comenzó en total oscuridad cuando una voz dijo: “La realidad que te rodea - que llamamos universo- es sólo una configuración posible de la materia disponible. Es esencial entender que cualquier otra configuración posible de esta misma materia también existe y conforma otro universo. Asi existen universos que son idénticos al tuyo y se distinguen solamente en la posición o velocidad de una única partícula elemental más pequeña que un núcleo de hidrógeno.
Este átomo en la punta de tu nariz por ejemplo, una infinidad de universos existen en los que se lo encuentra perdiendo o ganando neutrones en el centro de estrellas distantes o flotando en el vacío entre las galaxias, en las profundidades rocosas de lunas orbitando exoplanetas del otro lado de la galaxia más lejana visible desde la tierra, pasando el horizonte de eventos de un agujero negro o en otras posiciones dentro de lo que viene a ser con la salvedad de este átomo, una copia exacta de tu mismo cuerpo. Todos estos universos existen y cada minúscula variación lo hace diferente del tuyo.
Tu tarea abarca todo: vos, este edificio, esta ciudad, este país, este planeta, el sistema solar, la galaxia, el universo visible, el universo conocido y el universo real, y en él la conexión con todos los demás universos.
Nada menor que la suma total y completa de todas las cosas posibles — y hay quienes afirman que deberíamos decir imaginables, para incluír ideas y pesadillas que no se dejan representar en el universo de materia visible — será encargado a tu cuidado para que lo lleves a destino.
La pantalla se iluminó y explicó, utilizando las palabras del ingeniero, que el propósito de la fábrica era producir un único artefacto singular, irreproducible y final. Pero esta fábrica era sólo una instancia local de esta instalación que existía en esta misma configuración en otros universos. Había un número (probablemente finito, pero cuya descripción agotaría los lenguajes humanos) de universos en los que fábricas idénticas producían a su vez, otro artefacto singular, pero diferente.
No se discute que existen sin duda tantos universos, cuya distribución de materia no incluye nada que se parezca a las instalaciones de esta fábrica, y hay quienes argumentan -sin más argumentos que los de la fe- que todos estos universos tienden a evolucionar con el tiempo inevitablemente a una configuración que incluiría exactamente una copia de esta fábrica, Aunque un contraargumento discutible es que necesariamente existen universos con fábricas alienígenas muy disímiles de la presente que a su vez producen exactamente el mismo artefacto. Por qué habrían estos de “evolucionar” hacia una forma como la que vemos?
Los operarios de esa instalación creerían seguramente que es nuestro universo el que va a evolucionar hacia el diseño que ellos llaman propio.
Existe además, cabe mencionar a modo de curiosidad, exactamente un universo cuya materia está completamente agotada hasta el último neutrino en una repetición inescrutable de esta fábrica. Múltiples veces el volumen de todo lo conocido, pero ni una estrella, ni planetas, ni lunas. Solamente la fábrica. Muerta y fría, repetida hasta mas allá de los confines de lo visible.
Cada fábrica funcional, guarda su producto en una burbuja que vista sin conocer mas detalles sobre su contenido, podría fácilmente confundirse con una simple burbuja de jabón, y que está conectada con todas las otras burbujas en todos los otros universos, y así cada una contiene todas las cosas reales y todas las cosas posibles y porque lo posible excede con creces lo existente, algunas de ellas son completamente inimaginables, pero – a menos que elijamos creer a los defensores de la idea de universos tolerantes a la imposibilidad material de ciertas cosas– nunca pueden contener todas las imaginables.
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